Por Marcelo Gullo*
En
agosto de 1986, ante los continuos ataques que sufría la Iglesia Católica,
el gran historiador y ensayista marxista,
Jorge Abelardo Ramos -padre de la corriente política autodenominada como “Izquierda
Nacional” - tomando postura en el debate desatado en Buenos Aires, en torno al
rol y el papel de la
Iglesia Católica, publicó un trascendental artículo. En este
artículo afirma Ramos, una visión novedosa para muchos: “…los
amargos y hasta soeces ataques a la
Iglesia que suelen verse en las tapas de las revistas
porno-progresistas de Buenos Aires, no suponen un diálogo herético con Dios o
el soliloquio de un metafísico, sino la manifestación vulgar de una política
extranjera contra la Nación. Esto debe explicarse en el sentido de que la fe católica es
profesada por la mayoría de los argentinos y latinoamericanos y es, de algún modo, como la coránica en
Medio Oriente, un peculiar escudo de
nuestra nacionalidad ante aquellos que quieren dominarnos o dividirnos. En
los pueblos marginados del ‘estilo de vida occidental’ y que como nosotros,
padecen un ‘estilo de vida accidental’, la religión ejerce un doble papel: el
teológico que le es propio y el de ideología nacional defensiva contra el dominador
extranjero.” [1]
Cuando Abelardo Ramos realiza
esa fervorosa defensa del rol de la
Iglesia para la región y de la religión católica corrían -
conviene recordarlo - los tiempos del
pontificado de Juan Pablo II.
Hoy, esos soeces ataques - a los
que hacía referencia Ramos - se dirigen,
principalmente, contra el Papa Francisco contra el cual ha descargado su
artillería todo el progresismo intelectualoide porteño heredero de la tradición
iluminista rivadaviana y sarmientina para el cual, la catolicidad profunda de
las masas criollos indígenas de la América Latina constituyó siempre la herencia maldita recibida de España.
Herencia que debía ser erradicada de raíz de estas tierras australes.
Desde distintos medios se ha afirmado que el Cardenal Bergoglio ha
sido elegido Papa para obstaculizar el
actual proceso de integración política suramericano y para destruir el proyecto
de construir la Gran
Patria Grande con que soñaron los libertadores Simón Bolívar
y José de San Martín.
Periodistas y ensayistas
progresistas - y, por qué no, algún que otro escritor “nacionalconfuso”-
presentan al Cardenal Bergoglio - hoy Papa Francisco - como un hombre opuesto
al ideario de la Patria
Grande. Si tal el origen, si tal el trasfondo y tales los escritores
de tales críticas, ¿tiene, en el pensamiento explicitado a lo largo de tantos
años por el Cardenal Bergoglio, esta acusación algún fundamento?
Esas acusaciones ponen, a todo hombre de buena voluntad, pero,
sobre todo a la dirigencia política - y
también a todos analistas de la política internacional - en la necesidad
imperiosa de preguntarse acerca el pensamiento geopolítico “profundo” del
hombre que conducirá los destinos de uno de los más importantes actores
del gran tablero de la geopolítica
mundial.
La
única verdad es la realidad
Para clarificar el debate suscitado, es
preciso aclarar, antes que nada, la gran novedad histórica de que, el
pensamiento geopolítico del nuevo Gran Timonel de la Barca de San
Pedro, encuentra sus raíces más
profundas, en el nacionalismo popular
latinoamericano de Manuel Ugarte[2], José
Vasconcelos[3],
Juan Domingo Perón y Alberto Methol Ferré.
El pensamiento político de Jorge
Bergoglio se formó, desde su juventud, en la doctrina peronista y, en la frecuente lectura de los
artículos y libros -como el mismo lo
manifestara públicamente en reiteradas ocasiones- del ensayista montevideano
Alberto Methol Ferré quien, durante toda su vida no dejó de predicar la
necesidad imperiosa de alcanzar la unidad de la América Latina.
Conformado de esa manera, el pensamiento
geopolítico del Papa Francisco - tal
como él lo expresara, una y otra vez, como Obispo de Buenos Aires- gira en
torno a la idea fuerza de la construcción de la unidad de la América del Sur en el
marco de un mundo multipolar que logre frenar la “concepción imperial de la globalización”[4]
, la sostenida por el mundo anglosajón.
El Papa Francisco es perfectamente
consciente de que, en el viejo continente, hace tiempo que Dios ha muerto,
que los templos dejaron de ser los
lugares de Fe -para convertirse en
sitios de paso turístico o simples museos-
que las únicas catedrales son los
bancos y que, los únicos valores que cuentan son los que se cotizan en la bolsa
de Londres o Frankfurt y de que la única búsqueda de hombres y mujeres “posmodernos”,
es la de un decadente hedonismo, vendido procazmente como fruto de la
“evolución de los tiempos” cuando, en realidad, se trata de una mera forma de expresión
de la ausencia de valores reales y es fruto de la acción de oscuros poderes a
los que cada vez les cuesta menos dominar a los hombres “distraídos” de lo
esencial y, consecuentemente, cada vez “más manipulables y carentes de
libertad”.
De esa apreciación de la realidad, el
Papa Francisco extrae una premisa fundamental que constituye la piedra angular de todo su pensamiento religioso y geopolítico:
- en el siglo XXI “…el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la
catolicidad están íntimamente vinculados”[5]
“Solos no
iremos a ninguna parte”
De los numerosos escritos del Cardenal
Jorge Luis Bergoglio el más importante, desde el punto de vista geopolítico es,
sin lugar a dudas, el prólogo que, en
abril del año 2005, escribiera para el
libro del ensayista uruguayo Guzmán Carriquiry titulado: “Una
apuesta por América Latina”.
Resulta pues, en consecuencia, imprescindible
analizar y transcribir las partes más
sustanciales de dicho escrito para poder avizorar los tiempos geopolíticos “por
venir”. Es en dicho prólogo que, el Cardenal Bergoglio desarrolla
explícitamente la idea ugartiana de la Patria Grande
e, implícitamente, la idea peronista de la necesidad de una
tercera posición entre el comunismo totalitario y el capitalismo salvaje. Al
respecto afirma el Cardenal Bergoglio: “Poco tiempo después del derrumbe del imperio totalitario del
‘socialismo real’…el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor,
alimentado por la utopía del mercado autorregulado, demostraba también todas
sus contradicciones.”[6]
Si es esa, la circunstancia ideológica
en que se desenvuelve la vida de las naciones, importa resaltar, según el Cardenal Bergoglio, también que:
“En las próximas dos décadas América Latina se
jugará el protagonismo en las grandes batalla que se perfilan en el siglo XXI y
su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes.”[7]
En ese nuevo orden en ciernes -destaca
el Cardenal Bergoglio- la única posibilidad que tienen los países latinoamericanos
de alcanzar el desarrollo económico y la autonomía política pasa,
inevitablemente, por la construcción de una Patria Grande Latinoamericana. Es
por eso que afirma: “Ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la
configuración de la
Unión Sudamericana y la Patria Grande
Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna
parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales,
empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales.” [8]
Un nuevo
paradigma de desarrollo económico
El Cardenal Bergoglio continúa su análisis afirmando
que, ante un escenario internacional que se presenta como dramático, América
Latina debe, desde un realismo pragmático - aunque, sin olvidar o traicionar
sus ideales y raíces culturales - elaborar un “nuevo paradigma de desarrollo
autosostenido”.
El pensamiento del Cardenal Bergoglio es un
pensamiento basado en el realismo político y, es por ello, importa resaltar
que, el Cardenal Bergoglio es perfectamente consciente del escaso margen de
maniobra que, en el actual escenario internacional, tiene América Latina para
llevar adelante una política tendiente a lograr la justicia social, la soberanía política y la
independencia económica. Al respecto, abunda Bergoglio: “América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios
intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los
nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial. A la vez, América Latina
necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático - impuesto también
por su propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra - nuevos paradigmas
de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones,
un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate
contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el
lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta.”[9]
Pero, sagazmente, advierte a continuación que: “Nada de sólido y duradero podrá
obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación,
movilización y participación
constructiva de los pueblos.” [10]
Ni socialismo
totalitario ni ultraliberalismo individualista
El Cardenal Bergoglio avanza, en su largo
razonamiento geopolítico reafirmando que, el desafío de lograr la Unidad Política de la Patria Grande y la Justicia Social para sus
pueblos no podrá, jamás lograrse, ni resucitando anacrónicamente al socialismo
totalitario, ni aceptando la propuesta imperial del ultraliberalismo
individualista: “Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se
pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan
anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del
ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del
espectáculo.” [11]
Las dos caras
del colonialismo cultural
Por último el Cardenal Bergoglio termina su esbozo
geopolítico afirmando que, la solidez cultural de la América Latina - sin
la cual no puede construirse ningún proyecto político realmente sólido y
liberador de la dependencia- “…es un
patrimonio sujeto a una fuerte agresión y erosión.”[12]
Para el Cardenal Bergoglio no cabe duda alguna que
la cultura del gran “pueblo continente”[13]
- que se extiende desde el Río Grande a la Tierra del Fuego - se encuentra asediada por dos
corrientes del pensamiento débil que constituyen, en realidad - más allá de los
disfraces y las máscaras - las dos caras de una misma moneda: “el
colonialismo cultural de los imperios.”[14]
Es en ese sentido que Bergoglio afirma: “Llama la atención constatar cómo la
solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada
fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil. Una que podríamos
llamar la concepción imperial de la globalización (según la cual) todos los pueblos deberían fusionarse en una uniformidad que anula la tensión entre
las particularidades…Esta globalización - aclara - constituye el totalitarismo
más peligroso de la posmodernidad… La otra corriente amenazante es la que, en
jerga cotidiana, podríamos llamar el ‘progresismo adolescente’. Este ´progresismo adolescente`, configura
el colonialismo cultural de los imperios y tiene relación con una
concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante. Estas dos posturas – continua afirmando el Cardenal
Bergoglio- constituyen insidias antipopulares, antinacionales,
antilatinoamericanas, aunque se disfracen a veces con máscaras progresistas.” [15]
El apóstol de
la unidad de la Patria
Grande
La sola lectura del pensamiento
del Cardenal Bergoglio demuestra que solamente desde el prejuicio, la ignorancia
o la mala fe, puede afirmarse que el Cardenal Bergoglio ha sido elegido Papa
para obstaculizar el actual proceso de integración política suramericano y para
destruir el proyecto de construir la Gran Patria Grande con que soñaron los
libertadores Simón Bolívar y José de San Martín. El ahora Papa Francisco será,
muy por el contrario, el “apóstol de la unidad”, de la Patria Grande.
* Marcelo
Gullo: Doctor en Ciencia Política por la Universidad del
Salvador, Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional
de Rosario, Graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática
de Madrid, Magister en Relaciones Internacionales, especialización en Historia
y Política Internacional, por el Institut Universitaire de Hautes Etudes
Internationales, de la
Universidad de Ginebra. Discípulo del politólogo brasileño
Helio Jaguaribe y del sociólogo y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré, ha
publicado numerosos artículos y libros, entre ellos Argentina Brasil: La gran
oportunidad (prólogo de Helio Jaguaribe y epílogo de Alberto Methol Ferré). La Insubordinación Fundante:
Breve historia de la construcción del poder de las naciones (prólogo de Helio
Jaguaribe). Este libro fue traducido al italiano y publicado en el 2010, en
Firenze por la editorial Vallecchi, con el título: “La costruzione del Potere”.
En octubre del 2012 publicó su último libro titulado: “Insubordinación y
Desarrollo: las claves del éxito y el fracaso de las naciones”. Asesor en
materia de Relaciones Internacionales de la Federación Latinoamericana
de Trabajadores de la
Educación y la
Cultura (FLATEC). Profesor de
la
Universidad Nacional de Lanús y Prosecretario del Instituto
de Revisionismo Histórico Nacional e Iberoamericano Manuel Dorrego.
[1].
RAMOS, Jorge Abelardo, “La relación Iglesia- Estado”, Revista Politicón,
Buenos Aires, agosto de 1986.
[2]
Manuel Ugarte afirma en su obra, “El porvenir de la América Española”, los siguientes conceptos: “Contemplemos
el mapa de la América Latina. Lo que primero resalta a los ojos es el contraste
entre la unidad de los anglosajones, reunidos con toda la autonomía que implica
un régimen eminentemente federal, bajo una sola bandera, en una nación única, y
el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones, unas veces
indiferentes entre sí y otras hostiles. Ante
la tela pintada que representa el Nuevo Mundo es imposible evitar la
comparación. Si la América del Norte, después del empuje de 1775, hubiera
sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas
independientes; si Georgia, Maryland, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey,
Connecticut, Nueva Hampshire, Maine, Carolina del Norte, Carolina del Sur y
Pennsilvania se hubieran erigido en naciones autónomas ¿comprobaríamos el
progreso inverosímil que es la distintiva de los yanquis? Lo que lo ha
facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales que se separaron
de Inglaterra, jurisdicciones que estaban lejos de presentar la homogeneidad
que advertimos entre las que se separaron de España. Este, es el punto de arranque de la
superioridad anglosajona, en el Nuevo Mundo. A pesar de la Guerra de Secesión
el interés supremo se sobrepuso, en el Norte, a las conveniencias regionales y
un pueblo entero se lanzó al asalto de las cimas, mientras en el Sur, subdividíamos
el esfuerzo deslumbrados por apetitos y libertades teóricas que nos tenían que
adormecer”. UGARTE, Manuel, El
porvenir de la América Española, Valencia, Ed. F Sempere, 1911, p 110.
[3] Significativamente
José Vasconcelos en 1923 en ocasión del discurso
que pronunció en la Facultad de Humanidades de Santiago de Chile, el día en que
se le concedió el grado de profesor honorario,
sostuvo:“Yo veo la bandera
iberoamericana flotando una misma en el Brasil y en Méjico, en el Perú y la
Argentina, en Chile y el Ecuador, y me siento en
esta Universidad de Santiago, tan cargado de responsabilidades con el presente,
como si aquí mismo hubiera pasado todos mis años.” Claridad, Lima, Año 1, n°. 1, mayo,
1923, p. 2.
[4].
BERGOGLIO, Jorge, prólogo del libro Una apuesta por América Latina de Guzmán
Carriquiry, Bs. As, Ed. Sudamericana, 2005, p. 10.
[5].
Ibíd., p. 10.
[6].
Ibíd., p. 7.
[7].
Ibíd., p. 8.
[8].
Ibíd., p. 8.
[9].
Ibíd., págs., 8 y 9.
[10].
Ibíd., p. 9.
[11].
Ibíd., p. 10.
[12].
Ibíd., p. 10.
[13].
El concepto de “pueblo continente” fue
expresado, por primera vez, por el pensador peruano Antenor Orrego - de enorme
cercanía, política e intelectual con el gran líder político Víctor Raúl Haya de
la Torre. “De
París a Berlín o a Londres, -afirma
Antenor Orrego- hay más distancia
sicológica que de México a Buenos Aires, y hay más extensión histórica,
política y etnológica que, entre el Río Bravo y el Cabo de Hornos. Mientras en
Europa, la frontera es , hasta cierto punto, natural, porque obedece a un
determinado sistema orgánico y biológico, en América Latina es una simple
convención jurídica, una mera delimitación caprichosa que no se ajusta ni a las
conveniencias y necesidades políticas, ni a las realidades espirituales y
económicas de los Estados. Mientras en Europa, con frecuencia, los pueblos
originan y construyen los Estados, en América, el pueblo es una gran unidad y
los Estados son meras circunscripciones artificiales. Mientras pueblo y Estado
en Europa son casi sinónimos porque hacen referencia a las mismas realidades,
porque éste es la traducción política y jurídica del estado económico, físico y
anímico de aquel, en América latina pueblo y Estado tienen un sentido
diferente y, a veces, hasta antagónico, porque Estado es una simple
delimitación o convención que no designa una parcela substancial de la
realidad...Las diferencias entre los pueblos de Indoamérica son tan mínimas y
tenues que no logran nunca constituir individualidades separadas, como en el
Viejo Mundo. De norte a sur, los hombres tienen el mismo pulso y la misma
acentuación vitales. Constituyen en realidad, un solo pueblo unitario de
carácter típico, específico, general y ecuménico… Somos, pues, los
indoamericanos, el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro
patriotismo y nacionalismo tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo
continentales.” ORREGO,
Antenor, Pueblo Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina,
Buenos Aires, Ed. Continente, 1957, págs. 73 a 75
[14]. BERGOGLIO, Jorge, Op.Cit. p. 10.
[15]. Ibíd., p. 11.
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